Los instintos de la carne

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Tanto las criaturas como nosotros compartimos los mismos instintos naturales, las de nuestra carne. Nuestra carne tiene el instinto natural de alimentarse, de protegerse, de procrear y sobrevivir. Mas la humanidad tiene en su ser atributos espirituales como lo son las virtudes, por su espíritu.
Cuando nuestro ser más esencial se doblega ante un instinto de la carne, de las veces cae en egoísmo, en tentación o una falta espiritual. Un ejemplo de esto… es cuando observamos en las criaturas, el proteger su alimento que consiguieron, y se muestran agresivas cuando otra criatura trata de acercarse. También nosotros hemos percibido ello, es el instinto natural de nuestra carne, el de sobrevivir, y sí, protege lo que consiguió como sustento. Mas nuestro ser espiritual cae en egoísmo cuando otro hermano necesitado de sustento no se lo brindamos. Mas si hace uso la práctica de la virtud como es el de la caridad, él se coloca por encima del instinto de la carne. Y ello le es meritorio para su evolución y elevación espirituales por practicar el bien, la virtud, el amor a otro ser.
Sí, nuestra carne tiene los mismos instintos naturales a semejanza de las demás criaturas, otra de ellas, es el de la procreación. Al espíritu encarnado, no sólo se le dio este instinto por su materia, sino también el de sentir placer. No es malo sentir placer, pues esto mismo lo creo nuestro propio Padre, y todo lo que crea y hace es bueno. Sin embargo el espíritu puede caer en falta espiritual y algunas veces muy grave, cuando él está dominado por este instinto natural. Así el espíritu encarnado busca, intenta el cómo satisfacer ese placer; pero quienes están sometidos, se han dejado subyugar por ese instinto, y pueden caer por ejemplo en la transgresión de la violación. Ese espíritu procediendo en una forma ilícita, lo que era lícito por nuestro Padre, tendrá en su momento que purificar su falta, su agravio espiritual, en algún instante de su eternidad.
En el Libro de la Vida Verdadera, podemos encontrar como nuestro Padre nos dice, que hay frutos prohibidos. Siendo los frutos que por haberlos creado Dios con una finalidad buena y noble, el espíritu los hace o los transforma en nocivos. En sí, que nosotros hemos adulterado lo que nuestro Padre nos entregó, y en esa adulteración hemos faltado espiritualmente, y en esa falta, creado el dolor. Porque el dolor no procede de Dios, sino de la imprudencia y de las veces de nuestra soberbia e insensatez espiritual.
Todo espíritu tiene el poder de hacer, de obrar, de ejercer con suma y total libertad su libre albedrío. Pero ese libre albedrío, siempre nuestro Padre nos ha invitado, no obligado, a ejercerlo con responsabilidad. A ejercerlo a la luz de la Conciencia, que siempre nos invita a obrar en el amor, la luz, el bien. Que siendo justo y bueno nuestra libertad, también puede convertirse en nocivo o malo, al ejercer ese derecho en una forma equivocada, y de las veces sucede cuando hacemos sufrir a los demás. De igual manera cuando no respetamos las leyes naturales de la Creación, las leyes de nuestro organismo, o las espirituales. Cuando nuestro libre albedrío no está encaminada en la luz, muy posiblemente encontraremos el dolor, el sufrimiento, la aflicción…

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