Enseñanza 202
1. Ved con la mirada de vuestro espíritu la estrella que os conduce ante la presencia de vuestro Padre.
2. He aquí al Salvador, que viene a traeros en su palabra el divino calor que necesitan vuestros espíritus angustiados por el doloroso peregrinaje de la vida.
3. Si por el dolor os acercáis a Mí, es mi amor quien os recibe; confiad y penetrad en la solemnidad de esta manifestación.
4. Quiero estar con vosotros, tan cerca de vuestro corazón, que sintáis verdaderamente mi presencia. Quiero que vosotros y Yo seamos uno en la armonía y ternura de esta noche; que tengáis presente que Yo soy vuestra Luz primera, la Promesa divina, el Maestro incansable que trabaja para hacer de vosotros espíritus perfectos, dignos de Dios.
5. Quiero estar con vosotros, aunque sea una hora tan sólo, pero de tal manera que os sea imposible separaros de Mí; mirad que vengo a llenaros de ternura, de esperanza y de bálsamo, y quiero que recordéis que una noche como ésta vine al mundo, para enseñaros con mi vida y ejemplos el camino que conduce al Reino de los Cielos.
6. Acercaos a Mí, para que recibáis en vuestro corazón la esencia de esta palabra, y vuestra oración, que en el silencio se escapa de vuestro corazón, se una a todos los cantos de los Cielos y de la Tierra en esta hora solemne.
7. Orad todos, orad por los pobres, por los tristes, por los cautivos, por los enfermos, por los huérfanos; orad, para que vuestros pensamientos vayan a ungir al que sufre, a alentar al triste y a enjugar las lágrimas del que llora.
8. No hay uno de vosotros, por duro que sea vuestro corazón, que en estos instantes no se dulcifique; mas os digo también que, para pensar en los demás, es menester olvidarse de sí mismo; entonces sí, ellos, vosotros y Yo, seremos uno en esta hora de comunión espiritual.
9. He venido a visitaros en vuestra soledad, y al cesar mi lección de este día, dejaré como huella de mi presencia una fragancia que será inolvidable para este pueblo.
10. Dejad que Yo recoja las flores marchitas que vuestro corazón lleno de tristezas y de heridas me presenta, y ahí dejaré encendida una lámpara de fe y de esperanza.
11. Vuestro corazón es lo que hoy busca mi Espíritu, para surgir nuevamente en el corazón de la humanidad.
12. De cierto os digo, que cuando hagáis de mis frases vuestra ley, cuando sigáis mis pasos e imitéis mi ejemplo, comenzará a florecer en vuestro corazón el Amor divino, que al hacerse hombre hace muchos siglos, os trajo la semilla de la inmortalidad.
13. Yo mismo vengo ahora a explicaros el por qué de este amor, ya que vosotros no lo habéis podido comprender.
14. Vuestro espíritu se estremece escuchándome y me dice: “Señor, tal parece que yo hubiese estado con Vos en aquél tiempo, vuestra palabra todo me lo recuerda; ¿quisieseis sacarme de esta duda, Maestro?”
15. En verdad os digo que en aquel tiempo, espíritus y hombres, todos fueron testigos de mi venida y de mi obra en el mundo.
16. Vuestro espíritu es el mismo aunque haya vivido en otro mundo o habitado en otro cuerpo. Hoy llora con otros ojos, pero su ser es el mismo, y sus interrogaciones las mismas; también me pregunta, trata de contemplarme o de descubrirme, y entonces Yo le digo que no tema, que se serene y se dé cuenta de que la vida en el infinito es una constante interrogación, y que, para entender las divinas lecciones, es necesario ser humilde, perseverante y de gran fe.
17. Queréis entender muchas veces primero lo grande y después lo pequeño, mas empezad por conoceros; analizaos a vosotros mismos, interrogaos y veréis cómo empezáis a alimentaros con el fuego de vuestro ser, ya que Dios lo encendió con el fuego de su Espíritu Santo.
18. Vagamente comprenderéis esta enseñanza, porque sabéis que no podéis tener más luz que aquella que corresponde a vuestra evolución, pero os aseguro que aquellos que sepan buscarme en el interior de su ser, en el Templo de su propio espíritu, ésos pronto obtendrán respuesta a aquellas preguntas que por siglos no habían podido hallar su explicación.
19. Si en el hombre existe rebeldía ante lo espiritual, es natural que su pequeñez no pueda juzgar lo infinito, y por mucho que le hable de la grandeza del Padre, no alcanza a concebir lo que esa verdad encierra.
20. Debo deciros que os estoy hablando de aquel conocimiento que de Dios debéis tener, porque abarcarlo todo, penetrar y conocerlo como quisierais, eso no podéis alcanzarlo.
21. Sólo Dios conoce verdaderamente a Dios, os dice el Maestro.
22. Percibid, pueblo, el silencio profundo con que el Universo saluda en esta hora y rinde culto a su Señor. Todo entra en dulce sumisión, en sublime contemplación, en profunda adoración.
23. Es que todos los seres y todo lo creado saben que estoy dando mi palabra, la misma palabra que habló en labios de Jesús, a la cual obedecían los hombres y los elementos, a la cual cedían las enfermedades incurables y ante la cual se levantaron los muertos.
24. En esta noche de fiesta espiritual para el que sabe prepararse y elevarse, tenéis en lo invisible, en lo intangible, la presencia y la visita de aquellos seres a quienes llamáis ángeles; y si en verdad supieseis apartar de la materia a vuestro espíritu, contemplaréis los campos, las ciudades, los hogares y el espacio iluminados con el brillo celestial de innumerables seres, mensajeros de luz, de paz y amor.
25. Los Cielos se acercan a la Tierra y su luz busca lo mismo al que se detiene a recordar, que al que se ha olvidado de la verdad espiritual.
26. ¡Alegraos, oh, humanidad, alegraos al menos por esta noche, ya que aun no sabríais retener por siempre esta paz!
27. Alegraos con sana alegría del corazón, que es ternura y retorno a la bondad. Alegraos, sí, con gozo del espíritu, que es iluminación eterna.
28. “Noche Buena”, llamáis a esta noche los que recordáis cuando el Rabí llegó al mundo.
29. Bajo el influjo divino de esos recuerdos, los seres se acercan, se evoca al ausente, se perdonan las ofensas, se reúnen las familias, se visitan los amigos, se llenan de esperanza los corazones, todos parecen esperar algo desconocido que no aciertan a definir, en la noche en la cual los hombres ponen un poco de ternura en la dureza de su corazón, y algunos un poco de espiritualidad sobre su materialismo.
Mas, os pregunto: ¿Creéis que sólo esta noche sea digna de llamarse “buena” por los hombres? ¿No podríais, con un poco de amor, hacer buenas todas las noches y los días de vuestra existencia, a fin de que vieseis que toda la vida sin excepción de un instante es buena?
30. Me decís: “Es la noche en que recordamos cada año aquella en que llegasteis a nuestro mundo para traernos un mensaje de amor”. Y os respondo: “Que aquella hora marcó el momento en que nació el hombre en quien vino a encarnarse el Verbo, pero que mi Espíritu tan cerca estuvo entonces de los hombres, como lo estuvo antes y como está ahora”.
31. Pero mientras no llevéis una vida diaria apegada en todo a la Ley, a la Verdad y al Amor de los unos hacia los otros, al menos procurad estar unidos espiritualmente en esta noche de recordación.
32. Buscadme todos, venid todos a Mí, pero venid mansos y humildes, esperándolo todo de la caridad de vuestro Señor.
33. Nadie venga con grandeza o vanidad, porque os digo, que os prefiero menesterosos y pecadores, pero humildes, tratando de lavar vuestras manchas en las aguas cristalinas de mi perdón.
34. ¡Ah, sí pudieseis venir Conmigo en espíritu y contemplar desde aquí toda la miseria de la humanidad!
35. Si los poderosos, los ricos y los que viven rodeados de comodidades quisiesen estar Conmigo esta noche, Yo les llevaría en espíritu a los lugares de dolor y de pobreza que ellos no quieren ver.
36. Entonces les diría: Dejad por un momento vuestra fiesta y recorramos juntos los sitios donde viven vuestros hermanos los pobres, veamos cómo viven ellos esta noche bendita de tristezas para unos y de fiestas para otros. No temáis, -les diría-, que sólo unos instantes os pido, y luego podréis retornar a vuestro festín y a vuestra alegría; entonces les llevaría de sitio en sitio y les mostraría a una madre anciana, que en la soledad de su mísera alcoba llora la pérdida de sus hijos, que eran su esperanza, los cuales le fueron arrebatados por la guerra.
37. Esa mujer vive sólo de recuerdos y de oraciones; mientras hay muchos que llegan a embriagarse de placer, ella apura su cáliz de amargura. Su espíritu sólo espera la hora de dejar este mundo y penetrar en la eternidad, porque su esperanza en los hombres hace tiempo que ha muerto.
38. Después les mostraría a la niñez, vagando entre la humanidad que no respeta la vida de sus Semejantes, no ama ni comprende al necesitado.
39. Yo haría que esos hombres escuchasen las interrogaciones tan profundas de los niños, que en su inocencia humana se preguntan, ¿el por qué de tanta injusticia, de tanto odio, egoísmo y crueldad?
40. Luego les llevaría hasta aquellos lugares, donde se ahogan los ayes y lamentos del enfermo, del que ha visto doblarse su cuerpo, como se quiebra una rama cuando azota el huracán; son los enfermos, los vencidos, los olvidados.
41. Más tarde haría que las puertas de las cárceles nos dieran paso, para que contemplaran los millares de seres que han caído en las tinieblas del cautiverio por falta de amor, de caridad, de luz, de justicia y de paz.
42. Y así, de sitio en sitio, les presentaría en un solo cuadro toda la miseria y el dolor que han producido las ambiciones, la codicia, el odio, el materialismo y la sed incansable de poder de los envanecidos con su falso poder, de los que, creyéndose poderosos, no lo son, ni dejan poseer a nadie lo que a cada quien en justicia le corresponde.
43. Pero no les llamo, porque sé que, aunque en su Conciencia se escucha mi voz, se hacen sordos a ella.
44. Mas vos, pueblo, que me estáis escuchando, que sabéis de privaciones, de soledad, de frío y de orfandad también, y que por lo tanto vibráis junto con esa humanidad que llora su hambre y sed de justicia, venid a Mí, y juntos visitemos en espíritu a los enfermos, a los tristes, a todos los pobres y olvidados del mundo.
45. Venid, para que veáis cómo extiendo mi manto y lo uno al vuestro para cubrir amorosamente a toda la humanidad; venid para que escuchéis mi voz espiritual diciendo a los que lloran: “No lloréis más, no estéis tristes, despertad a la fe y a la esperanza que son luz en el sendero de la vida; de cierto os digo, que si volvéis a orar y a velar con fe verdadera, estos días de dolor para la humanidad serán acortados”.
46. Sí, pueblo amado, desde ahí, desde el asiento donde reposáis para escucharme, podéis dejar que vuestro espíritu se acerque a mi morada, para que contemple, comprenda y sienta mejor la tragedia de los hombres, de sus hermanos.
47. ¿Veis aquellas muchedumbres, que llenas de animación se encuentran? Son soldados que han dado breve tregua a su combate para ofrendarme unos minutos de oración y de recuerdo; pero su alegría y animación son ficticios, comen y beben para calmar sus penas, mas en su corazón hay un gran dolor. Sufren, pueblo, sufren mucho y sobre todo en esta noche que es para ellos de tortura, cada recuerdo es una espina, cada nombre o cada rostro que evocan es una herida.
48. Mientras vosotros tenéis paz a pesar de vuestras pobrezas, mientras vosotros podéis ver a vuestros padres, hijos y esposas, ellos tienen que respirar la amargura de no poderles estrechar y la angustia de pensar que tal vez no volverán a mirarlos.
49. Muchos, muchos de ellos sufren segando vidas, destruyendo hogares y ciudades, sembrando dolor, luto y lágrimas, y entonces creen haber perdido todo derecho a volver al hogar, a la paz, al seno de los suyos.
50. Yo sé que muchos de ellos no son culpables, no llevan odio ni perversidad en el corazón; sé que son víctimas, son esclavos e instrumentos de los verdaderos malvados.
51. Sólo Yo puedo rescatarlos, sólo mi amor puede cubrirles; están solos en el mundo.
52. Vos, pueblo, que no podéis imaginar lo que esa prueba significa, pero que hoy por mi palabra habéis sido tocados en vuestra fibras más sensibles, enviadles vuestros pensamientos llenos de caridad y de luz; porque en verdad os digo, que ellos, sin saber por qué, se sentirán fortalecidos y alentados a orar y a esperar, que al fin la guerra fratricida cese, y, en vez del ronco estruendo del combate, sus oídos vuelvan a escuchar aquellas dulces frases que dicen: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.
53. Orad, pueblo, y con ello haced que el mundo espere la luz de un nuevo día; que los hombres recuerden mi promesa, aquella que habla de tiempos mejores, de espiritualidad y bienandanza.
54. También a vosotros os digo: Vamos ahora al corazón de los niños y busquemos a aquéllos a quienes todo les falta. Miradles; duermen, en su sueño no hay reproches para nadie, aunque su lecho es muy duro.
55. La mesa hoy no tuvo pan, sin embargo descansan confiados en el nuevo día. Visten harapos, mas no sienten vergüenza, porque son inocentes y sonríen aunque a sus cuerpos les falte calor. Son ángeles en la Tierra, porque en sus sonrisas sin maldad reflejan algo de la pureza de los Cielos.
56. ¡Oh, inocencia! ¡Cubridles con vuestro fino manto porque de ellos es el Reino de los Cielos!
57. Llamáis todos “Noche Buena” a esta noche, y Yo derramo lluvia de bendiciones sobre todos mis hijos.
58. Sabed que Yo soy vuestro y vosotros míos. Recordad que os probé mi amor viniendo a vivir entre vosotros los humildes, naciendo en la pobreza, luchando entre abrojos y muriendo en la ignominia.
59. De Mí no podéis decir que no os comprendo, porque no sólo he visto vuestros dolores sino que los he vivido.
60. Os hablo también de los ancianos, de aquéllos que ha tiempo dejaron la primavera de la vida y ahora sienten el frío del invierno. Con la vejez va faltándoles la fuerza, la energía, la salud; el trabajo se hace pesado, los miembros se tornan torpes y ya no se les solicita para desempeñarlo.
61. Así, los ancianos se ven excluidos de la lucha de los demás, se ven abandonados, y su corazón abatido tiene que hundirse en la tristeza y tienen que conocer la necesidad, la miseria, el hambre, la soledad. Os hablo de ellos, porque necesitan también de vuestra ayuda y consuelo. Amadles, pueblo, y tendréis derecho a sentaros en la gran mesa del banquete espiritual, donde os diré: “Bienaventurados vosotros que a imitación del Maestro supisteis comprender a todos los que sufren”.
62. Empezad así a desarrollar la caridad en vosotros, y entonces tomaré vuestras manos para hacer pasar por ellas mis bendiciones, y nunca os volveréis a oponer a que tome lo vuestro para darle a vuestro hermano, para que cuando me digáis: “Señor, todo lo mío es vuestro”, lo digáis con el corazón.
63. Si en vuestra vida habéis practicado la caridad, continuad haciéndolo; mas si no, entonces empezad con el primer necesitado que llame a vuestra puerta, ya sea un enfermo del espíritu o del cuerpo, un corazón desolado, una viuda, un anciano o un niño.
64. Pensad que los verdaderos necesitados representan a Jesús, que Él viene en cada uno de ellos para deciros: “Sed tengo, sed de que os Améis los unos a los otros”.
65. ¿Será posible que el corazón de los hombres no se conmueva ante los grandes cuadros de dolor y de miseria que presenta esta humanidad? Sí, sí es posible; Yo veo a los que no padecen miseria acariciar con su mirada las riquezas que poseen, con más cariño que a los seres, hijos de Dios.
66. Pueblo amado: Me habéis acompañado en estos breves momentos a visitar a los necesitados, por ello, benditos seáis.
No creáis que me olvido de los ricos y de los poderosos, porque aunque en apariencia no me necesitan, Yo soy quien mejor sabe su miseria y sus amarguras, y quien mejor conoce sus desgracias; pero hoy creen tenerlo todo. Entonces, ¿para qué acudir a Mí si soy, según ellos, el Cristo de los enfermos, de los parias, de los tristes? No saben que mi misión es salvarlos del falso esplendor para darles la verdadera y eterna felicidad.
67. Además de vosotros, ¿sabéis quién ha escuchado con ternura mi palabra y ha sentido vibrar de amor su Espíritu? María, pueblo amado, el Espíritu Materno que habita en el seno del Creador y cuya esencia estará siempre unida al recuerdo de Jesús.
68. Su paso por el mundo, aunque más largo que el mío, porque llegó antes y se fue después, fue corto; sus palabras breves y dulces fueron una caricia celestial.
69. Sentidla en Espíritu, amadla y buscadla espiritualmente; sabed que, en cuantas obras de caridad hiciereis, Ella estará con vosotros, que sobre el mundo doliente y sangrante tiene extendido su manto de intercesión y de ternura, y que en cada una de vuestras quejas o pesares podréis escuchar una voz que os responde con ternura: “No temáis, aquí estoy Yo, confiad”.
70. Así, pueblo, habéis estado Conmigo; mi hálito ha penetrado en vuestro corazón en esta noche bendita y os he hecho olvidar toda penalidad.
71. Orad, para que la luz de vuestro Salvador sea guía y os conduzca a través de este mar tempestuoso que hoy cruzáis.