El conocimiento de uno mismo
El hombre es un desconocido ante sí mismo; aun viéndose en un espejo no sabe quién es verdaderamente.
Que puede ver en un espejo el hombre de sí mismo, sino sólo una imagen más que le dice que es semejante a las demás criaturas que existen en el Valle terrenal, un ser igual a otros que nace, crece, se desarrolla, se reproduce y muere. Una criatura que necesita alimentarse, beber y cubrirse para subsistir.
La humanidad no ha meditado que lleva otro ser en su interior, y que manifestándose en cada segundo de su existencia, le niega por no saberle sentir.
Cuántas veces el hombre se ha preguntado y cuestionado sobre de sí mismo, su existencia y lo que le rodea, y al proponerse encontrar respuestas a sus preguntas, aún no ha hallado a satisfacer su sed de conocimiento. Y en cierto, el satisfacer esa sed le es muy indispensable para encaminar sus pasos con certidumbre, hacia la meta que tiene destinado desde su nacimiento espiritual.
Muchas respuestas podría encontrar al adentrarse en su propio interior, al observar y meditar todo lo que le circunda en la Creación y en lo diferente que es a las demás criaturas que le rodean.
La mente del hombre es una de las maravillas en que él mismo se asombra y del cual tiene como cierto, que no hay otra criatura sobre el haz de la Tierra que pueda asemejarse en esto a él. Su inteligencia se desarrolla con el paso de los tiempos, pero no ha considerado que su inteligencia de la que tanto se admira, no proviene de su carne efímera sino de su parte espiritual, de ese ser eterno que no tendrá fin en todo cuanto él desarrolle por sí mismo.
Todas las criaturas tienen cierta inteligencia que les ayuda a transitar en el medio en que se desarrollan para subsistir. Nosotros también la ocupamos, pero nuestra inteligencia va más allá del subsistir, porque sentimos la necesidad de descubrir lo que nos rodea y de conocer el del por qué de las cosas. Esta necesidad es lo que ha impulsado a nuestra mente y en ella a nuestro razonamiento en su desarrollo: El transformar lo ya creado, al descubrir y estudiar por nosotros mismos los elementos de la Creación.
El preguntarnos el porqué de todo lo que nos rodea, es lo que nos distingue de las demás criaturas. Y en cierto, nuestro don de razonamiento es ilimitado y va evolucionando conforme también nuestro espíritu se va desarrollando a lo largo de su eternidad. Hoy podemos comprender bastantes cosas tanto en lo material y en lo espiritual, como no fue posible en el principio de la humanidad.
Nuestro espíritu fue dotado a semejanza del Espíritu Divino, de todo lo necesario para nuestro progreso espiritual y material. No solamente estamos dotados de inteligencia, sino de más atributos que han sido puesto de manifiesto a través de los tiempos; pero nos hemos materializado tanto, que hoy en día no le damos la importancia necesaria a nuestra naturaleza espiritual, y por ignorancia, sufrimos al desconocer el destino por el cual cada uno de nosotros está encarnado.
En la humanidad existen y conviven entre sí dos naturalezas: La terrenal y la espiritual. La naturaleza terrenal le fue concedida al espíritu, para que por medio de una carne logré ascender por medio de sus propios méritos al lugar que perteneció, y que nuevamente conquistará al desarrollar y manifestar sus atributos espirituales: Que son las virtudes, los dones, facultades y potencias espirituales en bien suyo y de sus hermanos.
Todo cuanto hay en nuestra naturaleza espiritual no se puede palpar ni ver materialmente, pero eso no quiere decir que no existan, porque en todo momento estamos manifestando algún atributo espiritual: Uno de ellos es el pensamiento.
El pensamiento es una potencia de nuestro espíritu, de esa potencia divina y espiritual surgen los dones de la inteligencia, de la meditación, de la reflexión, del conocimiento. De cierto, todo cuanto ven nuestros ojos dentro y fuera de este mundo está hecho con la potencia divina del pensamiento. Una potencia de la que se sirve nuestro Padre, para crear, transformar y llevar a la perfección cuanto ha sido creado por Él, incluyendo a Sus hijos.
De igual forma el hombre se sirve de esa potencia para crear y transformar el mundo que se le otorgó como morada. Y he aquí, que todo lo que el hombre ha creado y transformado en su entorno material, desde sus maquinas tangibles, hasta sus diversas ideologías intangibles, tienen un origen espiritual, el pensamiento.
El espíritu teniendo esta potencia a su disposición, ya sea que este encarnado o no, lo ha llevado a un fin elevado para la vida o uno distinto y mezquino, la muerte. Nuestro pensamiento puede ser de luz o de tinieblas; todo depende de nosotros. Si la luz es en nuestro pensamiento, sólo luz será en los que nos rodean; pero si son de tiniebla entonces el llanto y muchas veces la sangre y la muerte nos llegaran a suceder.
Es de suma importancia que el que se ha sumergido en las tinieblas de su pensamiento, llegue a comprender que puede liberarse y tornarlos en luz, sólo debe utilizar otra potencia que tiene en sí mismo: La fuerza de su voluntad.
De cierto, ¡cuántas veces nos hemos llenado de vida, sustento, alegría y bienestar como humanidad; pero tantas otras nos hemos cubierto de desolación, de falta de paz, de desconocimiento y de muerte por nuestro pensamiento!
Por esa potencia podemos aniquilarnos o darnos vida los unos a los otros. Pero sí somos semejantes al Divino Espíritu, quien nos otorgó vida y eternidad, ¿cuál creen que deba ser la finalidad de nuestros atributos espirituales? Sino la vida.
Mucho por decirse de nosotros desde que venimos a la Tierra; mas ya es necesario emprender nuestra marcha hacia la luz y la vida, para la cual estuvimos destinados desde nuestro nacimiento espiritual.