Nuestros padres, nuestros hijos
Si el padre amase al hijo, y el hijo amase al padre con el amor espiritual que vivifica al espíritu nuevamente la paz llegaría a nuestros corazones. Perdonando, amando, en un camino de reconciliación, porque he aquí que el padre muchas veces a de perdonar al hijo, y el hijo las veces necesarias a su padre.
Mas si no hay paz en el hogar, es prioridad buscar la sabiduría espiritual de Cristo y nuestros hogares brillarán con nueva luz.
Como padres debemos reconocer nuestra misión, como hijos debemos reconocer la misión de quienes nos han dado la existencia material.
Si hoy en la vida nos miramos distintos los unos a los otros, por nuestros rasgos y nacionalidades, llegará el tiempo en que sólo nos miraremos por la semejanza de unos y otros con Dios. No hay agonía más dolorosa en este mundo para nosotros, que la indiferencia y la discordia entre Sus mismos hijos.
Todos somos hermanos espirituales desde el principio de los tiempos. No podemos desconocernos unos y otros, surgimos de un mismo Origen, de una misma Luz que tuvo la idea divina de formar espíritus semejantes a Él. He aquí, que la familia primordial y privilegiada del Padre Divino es cada partícula Suya que lleva en sí una parte de Él mismo.
Meditemos que antes de que se formase la carne de nuestro hijo en el vientre materno, ya era un pensamiento divino hecho espíritu. Ante esta meditación podremos reflexionar lo sagrado de lo que existe en un vientre materno.
Nuestras carnes humanas sólo forman el vestido temporal del espíritu, para que un hijo espiritual de nuestro Padre, venga a cumplir su misión tanto terrenal como espiritual en este mundo.
Muy profundo es el dolor de un espíritu que va a encarnarse en este mundo, al saberse ya rechazado por los que van o iban a ser sus padres materiales. Mas preguntémonos, ¿cómo rechazar a una parte de Dios? No seamos tan injustos con nosotros mismos.
Como hijos terrenales debemos reconocer que no hay perfección en nuestros padres, puesto que ellos también se encuentran en el camino del perfeccionamiento espiritual; pues con esa reflexión honremos y perdonemos las equivocaciones que hayan cometido en nuestro paso por esta existencia.
Hay ocasiones en que hemos tenido inconformidad e insatisfacción por el hogar en que nos ha tocado vivir ya encarnados, así como de los padres que nos dieron la existencia material, mas he aquí que: Cada uno de nosotros en espíritu ha elegido en conformidad con su destino, el hogar y los padres con quienes se ha querido habitar. No son los padres los que eligen al hijo, es el hijo quien elige a sus padres desde el Más Allá. Así lo hemos pedido, se nos ha concedido y también así lo hemos llegado a necesitar para dar un paso más en nuestro propio perfeccionamiento espiritual. Cuánta conformidad y avance habrá en nuestros propios espíritus cuando se comprenda esto.
Si nuestro hogar es pobre es prueba para el espíritu; pues también es prueba para el espíritu encarnado y muchas de las veces mayor, el tener todas las comodidades de la Tierra.
La madre es la que enseña la primer oración al hijo, el padre la primer fortaleza. Como hijos llevemos lo bueno de nuestros padres, lo negativo no lo juzguemos para que no seamos juzgados de igual forma.
En los varones se encuentra la semilla; si desde el Más Allá hemos pedido con ahínco el ser padres, entonces, ¿por qué rechazar el fruto de nuestro pedimento? En la mujer se halla la tierra fértil; el pedimento de ser madre no es de este mundo, y si desde el Más Allá, se ha pedido y otorgado este don, ser el conducto donde un espíritu que es semejante al Divino Espíritu, habitase hasta que su vestido material se formase; entonces, ¿por qué avergonzarse del fruto espiritual, aquél quien es semejante su Padre Celestial?
Es necesario meditar el ejemplo que entregamos a nuestros hijos, pues nacen con inocencia. Si nuestro ejemplo ha sido erróneo para con ellos, en la oración y en la meditación encontraremos el porqué han equivocado los senderos del bien y de la virtud. Por ventura, ¿puede equivocar el camino certero un hijo nuestro cuando se siente amado y desde temprana edad se le ha inculcado los valores primordiales, sin fanatizarnos en la enseñanza ya sea material o espiritual, o esclavizarles con una vida rigurosa y falta de comprensión de sus propias vidas?
Los valores son necesarios en el hogar. No hay valores más grandes que aquellos que se enseñan con amor para el hijo. Mas no abusemos o nos fanaticemos, porque entonces dejarán de ser valores para sólo ser cadenas. Un ejemplo de esto, es el inculcar a nuestros hijos el valor del conocimiento que se ilustra en las escuelas, eso es bueno, pero caemos en fanatismo o abuso cuando a nosotros como padres sólo nos interesa que estudien, sin que nos importe o preocupe otros campos de su infancia como es el juego o las diversiones sanas; he aquí, que el estudio se vuelve cadena que ata al hijo, que no le deja desarrollar sus otras potencias humanas como debería de ser. Pues meditemos cómo aquel valor convertido en cadena influirá cuando llegue a su adolescencia y hasta en su madurez.
Enseñemos a nuestros hijos la virtud, para ello es necesario llevarla primeramente a la práctica. Si como padres de nuestros labios sale la mala palabra o la ofensa, no nos quejemos cuando de nuestros hijos salga la ofensa o la palabra hiriente; si como padres sale el látigo del golpe, no nos quejemos cuando ellos sean usando la violencia para con nosotros mismos o sus Semejantes. Si en nosotros existe el vicio, no lloremos cuando sean en igual forma o se corrompan.
¿Por qué hay quienes abandonan sus frutos en las calles? ¿Qué serán de ellos si se pierden entre piedras y abismos? He aquí, que el gran reclamo se hará sentir en nuestro espíritu, y los frutos abandonados tendrán que ser hallados; entonces el llanto y la pena serán muy grandes al contemplar marchitos los hijos de Dios.
Los vicios son en muchos hogares. También la pena y el llanto se hará sentir en todos los espíritus que encarnados envenenaron y quitaron la moral o la salud del hijo o del padre. ¿Cómo saldar aquellas deudas, cuanto por nuestro libre albedrío se ha envenenado a los niños, a los jóvenes, a los padres? ¿Cómo reconstruir cada hogar? No se es para siempre en este mundo, y el reinado que hoy se posee es pasajero. Llegará el instante en que la Conciencia y en ella, el Juez Divino reclame nuestro mal proceder, nos haga observar todas nuestras equivocaciones, y nos dirá: “Reparad todo el daño que habéis causado”. Pero, la pregunta sería, ¿cómo reparar todos los errores cometidos, con amor o con dolor? Mas si no hay un arrepentimiento sincero, cómo engañar a nuestro propio espíritu, ¿cómo es posible entonces reparar por medio del amor? Es necesario meditar nuestro caminar para que a tiempo no sea el dolor, el sufrimiento en esta existencia o en otra, el causante de nuestra purificación.
No hay dolor más profundo para un espíritu, que el contemplar ante la voz de su Conciencia, todo el mal que hizo en una oportunidad que se le otorgó de existir terrenalmente.
¿Por qué traer el vicio a nuestro hogar? ¿Qué bien deja ello en los nuestros? Si el dolor fue acerbo en el pasado no es justificación para también adolecer a los que están en alrededor nuestro. ¡El amor todo lo vivifica! Siempre habrá en nuestro camino alguien que brinde un amor y una caricia desinteresada; pues en esa caricia que con amor se nos da, es Cristo haciéndose presente como Salvador en el abismo de nuestros vicios. Abramos nuestro corazón al amor y la ayuda que nos ofrecen, son los medios que el Padre dispone para que encontremos alivio y salvación, y así vuelva la felicidad, la paz al hogar, a los nuestros.
La sabiduría espiritual todo mal aparta, por muy arraigadas que estén nuestros vicios, el Pan de Vida Eterna nos devuelve la salud espiritual. Si somos sabios y nos fundimos en ella no hay tiniebla alguna que pueda resistir a su luz. Porque he aquí que la luz siempre ha estado; pero somos nosotros los que no hemos querido habitar en la luz.
En fin, que el amor guíe nuestros pasos, en esta gran empresa material y espiritual que es, nuestra familia.