La fe verdadera
Si anhelamos tener un cimiento firme en nuestra existencia, es primordial adquirir la verdadera fe. La fe que se afirma en nuestro espíritu proviene del conocimiento de uno mismo, el saber con certeza de dónde provenimos, quiénes somos y la finalidad de nuestra existencia.
Cuando nuestro espíritu busca la luz, no se detiene; va al encuentro de ella hasta que él da por satisfecho su propia sed. Cuántos van por el mundo diciendo tener fe, pero sólo lo dicen con los labios, y por dentro sienten ese vacío espiritual por la falta de verdad de sí mismos y de su Dios. Son espíritus que se han conformado cuanto hacen o practican materialmente en sus distintas religiones sin lograr darse esencia de vida espiritual. Jamás las formas materiales han logrado sustentar verdaderamente a los espíritus, ni conseguirán saciar el hambre y la sed espiritual de la humanidad.
La humanidad no tiene verdadera fe, le hace falta la mano salvadora que vaya en busca de ella para encaminarla en el camino verdadero; pero para ello hacen falta quienes expliquen la Doctrina de Cristo de Salvación, basada en la enseñanza divina del AMOR.
Cuantas veces hemos ido por el mundo explicando el Amor divino de Cristo, pero la enseñanza ha sido otra al querer imponer esa Verdad divina a través de anatemas, juicios y castigos espirituales. Mas que atraer a los espíritus en esta forma al Padre, los alejamos de Él. ¿Por qué? Porque los que han escuchado se han llenado de confusión, equivocación y temor, y todo esto proviene por la forma en que hemos enseñado según el Pan de Vida Eterna.
La fe viene como resultado a nuestro espíritu cuando ha comprendido algo de la verdad eterna que procede de Dios.
¿Quiénes somos, de dónde surgimos, hacia dónde vamos, cuál es la finalidad de nuestra existencia? Si sólo nos ocupamos para ver con los ojos de la carne, observaríamos un cuerpo que crece, se desarrolla, se reproduce, para luego morir como cualquier otra criatura de la Tierra. ¿Eso es todo? Una voz interior nos dice que no.
Si el Creador dio una parte de Sí a Sus hijos, entonces la verdad también está en nosotros, ¿qué falta? Adentrarnos en nosotros mismos, escuchar atentamente la voz de nuestro propio ser espiritual a través de la meditación.
Hoy en día la humanidad no sabe hacia dónde va, cuál es su finalidad ni de por qué está aquí, le hace falta la luz del conocimiento espiritual que lo eleve de su mezquindad y orfandad. Dicen creer en Cristo, pero se desconocen los unos a los otros, se hacen las guerras y se aniquilan. ¿Eso es fe en la enseñanza de Cristo?
Jesús el Cristo nos enseño el camino del espíritu, vino a mostrarnos nuestra verdadera patria. Vino a dar testimonio de Sí mismo como Dios para tener una FE inquebrantable en Su amor y misericordia, así como a mostrarnos el sendero de la fe, ya que todo lo teníamos a nuestra disposición por ser semejantes a Él.
Y si todo esto no es material, entonces, ¿por qué la humanidad se afana por obtener las riquezas materiales y se despreocupa por lo que verdaderamente vale para su espíritu, como lo son las riquezas espirituales?
A la humanidad le falta riqueza espiritual; ¿a dónde nos ha llevado el luchar por lo de este mundo? Sólo a la desolación, a una tristeza muy amarga. ¿Es rica la humanidad? Pues en cierto, ni en riqueza material es rica y mucho menos lo ha sido en lo espiritual. Entonces, ¿qué busca?, ¿por qué gasta sus energías apresuradamente por conseguir las riquezas ilusorias de este mundo? Es porque no sabe quién es realmente y su fe es ciega, sin fundamento, sin conocimiento.
¿Dónde quedo la belleza verdadera de la humanidad? Hoy no existe, somos los muertos andantes. Caminamos, vemos, palpamos nuestras cosas materiales, y creemos que con tenerlas es suficiente para sentirnos verdaderamente felices. Nuestra existencia es falsa, engañosa, porque no hemos vivido para el espíritu y su eternidad, ya que sólo hemos enfocado nuestra existencia para complacer a la carne, para satisfacer sus necesidades y deseos; pero es efímero y falso esa existencia, ya que tarde o temprano su corazón dejará de latir.
Hoy en nuestros días, la fe de la humanidad se ha basado por lo que ve y toca, es el “Tomás de este tiempo”; pero lo espiritual no se ve ni se toca… pero se siente, como el amor. ¿El amor qué volumen tiene, cuánto pesa, cuánto mide, cuáles son sus características materiales? Y en cambio sabemos que existe.
No sólo somos carne, también somos esencia espiritual. No somos como las demás criaturas del reino material que viven por un momento y dejan de existir. Somos espíritus eternos con potencias, virtudes y dones espirituales para manifestarnos y manifestarlos por siempre.
Meditemos en cualquier criatura terrenal y observaremos que se guían por un instinto para su propia conservación, recreo y subsistencia; pero la parte primordial de nuestro espíritu, no es el instinto, sino su guía es la Conciencia.
Hay fuerzas espirituales que animan a nuestra vestidura temporal, y estas provienen y se llegan a manifestar en virtud de todo lo que el Creador Universal concedió a los espíritus. Nosotros si queremos hacer algo lo hacemos, sino no. Tenemos la capacidad o la potencia para entender o discernir las cosas. Tenemos el don del libre albedrío para elegir el camino que nos agrade. Tenemos la virtud del perdón, para hacerla expresar al que ha faltado o deshecho nuestro corazón. Se nos otorgó la potencia de crear. ¿Y todo esto lo vemos en alguna otra criatura?
Podría preguntar, ¿porqué nuestro Padre se hizo presente en el Monte Sinaí para entregarnos Su ley? O, ¿para qué vino a manifestarse en un Segundo Tiempo a través de Jesús? Si fuésemos planta, roca o animalito, de cierto no nos hubiera enseñado nada de su Ley y Sabiduría divinas, ni hubiese venido de tiempo en tiempo a mostrarnos nuestro verdadero ser, ¿por qué? Porque a todo lo que hay en la Tierra le falta algo: Espíritu.
Meditemos en el océano, es inmenso y majestuoso, y a semejanza, cada uno de nosotros somos una gota real, verdadera y vivificante de aquel océano que es Dios. Si al océano le tomásemos una gota, al analizarla sabríamos con certeza que todas las cualidades que guarda el océano lo tiene la gota. Pues a semejanza es nuestro espíritu con el Espíritu Divino, todos somos una partícula de Él, con todas las potencias, virtudes y dones divinos. ¿Acaso el hombre no tiene el anhelo de crear? ¿Y de dónde surge ese anhelo? De su mismo espíritu que es semejante a la de su Dios. El Padre crea sin cesar, a semejanza de Él es Su hijo; ¡cuán maravilloso es esto al meditarlo!
Que no sea vana nuestra fe, sino una fe verdadera, con un conocimiento auténtico que nos aproxime a nuestra realidad espiritual.