El amor y el perdón

El amor y el perdon

La certeza de nuestro espíritu es que Cristo es amor y perdón; así lo demostró en Su existencia material, en Jesús. Si las cadenas abrían Su carne, la ternura brotaba de Sus ojos; si la burla hería Su corazón, brotaba Su palabra en forma de caricia; si el clavo hería Su diestra, con Su siniestra bendecía a la humanidad.

Si nuestro Padre nos mostró el ejemplo divino del amor y del perdón, Su hija humanidad así ha de seguirle.

Todos nosotros hemos tenido la necesidad del amor y del perdón; todos han llegado a necesitar también de nuestro amor y de nuestro perdón.

¿Quién de la humanidad puede arrojar una piedra a su Semejante? Nadie porque todos hemos llegado a errar. Si creemos que algunos no merecen de nuestro perdón es que no hemos llegado a amar como Cristo amó. Si la deuda de un hermano para con nosotros es grande, sublime y grande ha de ser nuestro amor para recibirle nuevamente.

Muertos por mucho tiempo hemos sido los que estamos en este plano terrenal; pues si fuésemos vivos en Cristo, no habría tenido necesidad de venir a resucitarnos al amor.

Se encontraba Pedro con Jesús, y el apóstol preguntó: “Maestro, ¿cuántas veces he de perdonar al que me ofende?” Cristo le respondió: “Yo te digo en verdad, 70 veces 7”. Y es que en una vida ni si acaso perdonando cada segundo de nuestra existencia completaríamos la verdad que encierra aquella pequeña frase de Su enseñanza.

Todos nosotros tendemos a caer en errores, unos menos otros más. Si el que comete grandes errores nos hace sufrir, pues éste es el que necesita más de nuestro amor. En cierto como lo ha dicho nuestro Maestro, hay más alegría en los Cielos cuando un pecador empedernido se arrepiente, que cien justos entrasen a glorificar a su Señor.

Más el espíritu que ha cometido errores no solamente necesita de nuestro perdón, también necesita perdonarse a sí mismo, encontrar alivio para todo el mal que cometió. En su propia eternidad encontrará las oportunidades necesarias para enmendar sus errores, unas con amor otras con dolor.

Dios quiere a todos salvos, puesto que es Dios de Salvación. No hay ninguno que se pierda, ya que para Su amor divino no existe la perdición. Si los errores han sido la causa de nuestros infiernos, Dios es el efecto de nuestros Cielos cuando le hemos seguido por el camino del amor.

¿Por qué nos acobardamos al perdonar?, ¿acaso porque no nos hemos elevado con el amor que santifica? Si el amor santifica, imaginad al espíritu que recibe de nuestro perdón.

El amor es luz, el perdón es entregar luz. Por la luz seremos salvos los unos a los otros.

Ha dicho nuestro Padre: “Ve a reconciliarte con tu hermano y tu ofrenda será grata a mis ojos”. ¿Cómo puede ser grata nuestra ofrenda que le ofrecemos, cuando la cizaña de la ira o la venganza a un hijo Suyo surge de nuestro corazón? Somos como el ciego queriendo ver sin lograrlo, y tropezando vamos diciendo amar, sin saber con certeza qué es el amor.

La salvación surge del amor; para ser salvos hay que amar y perdonar. ¿Hasta qué tiempo? Hasta que el Sol deje de alumbrar en este plano terrenal. Si el Sol se llegase a apagar y por ello la humanidad se acabase, recordemos que hay un Sol Divino que siempre en la eternidad alumbrará a nuestros espíritus.

En verdad, en espíritu aún es necesario seguir amando y perdonando.

Todo el mal que pasamos aquí en la Tierra es por nuestro egoísmo de los unos para con los otros; ¿qué sería de nosotros si en lugar de egoísmo fuera el Amor de los unos a los otros?

“Amaos los unos a los otros”, frase excelsa que solamente de un Padre lleno de amor pudo surgir. Él nos sigue amando unos en carne y otros en espíritu. Pues así debemos ser en la eternidad ya sea en carne o en espíritu, puesto cuando nos hemos perdonado nos hemos amado en Él.

Si nuestro corazón se aflige por el dolor que nos ha causado un hermano nuestro, meditemos que así estamos saldando deudas atrasadas y haciendo los méritos necesarios, al estar en prueba nuestras virtudes espirituales.

Mas el hermano que nos llega a afligir no es que este destinado para hacernos sufrir, en verdad que no, es que el Padre se sirve aún del más empedernido pecador para así darnos cuenta de los errores que hemos cometido por la falta del Amor de los unos para con los otros.

Mas aquel que falta al afligir nuestro corazón, tendrá en su momento también que perdonar y reparar hasta el último de sus errores para con los demás, para con su Creador, y más aún para consigo mismo; puesto que la paz de un espíritu sólo existe cuando se es semejante a nuestro Padre.

Menos errores en nosotros, menos faltas que reparar en la eternidad; más errores o faltas que hacemos con los demás o para con nosotros mismos, más méritos nos son necesarios para sentirnos salvos y en paz de nuevo con nosotros mismos.

Por eso el mundo se conmueve, porque ha llegado el momento de ser salvos; porque llego el tiempo de la renovación de nuestro espíritu al comprender las lecciones que nos da la vida y también la de nuestros demás hermanos. Unos nos dan la lección del amor otros las del dolor; en unos y otros nos acrisolamos hasta comprender el Amor divino que todo lo abraza y lo vivifica.

Este mundo será Valle de amor. Muchos dicen: “El amor a muerto”. No, no es así, sólo dejemos nuestro egoísmo y el amor brillará con intensidad; en cierto el amor en nosotros llegará a asemejarse como el Sol Divino que nos alumbra y nos da vida por la eternidad.

Así debemos ser, como el Sol Divino dando calor, vida y luz a todos por igual; perdonando por siempre y amando por siempre, puesto que desde el principio de la Creación no ha dejado de ser Padre para con todos Sus hijos.

Reflexión espiritual del Tercer Testamento