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El fruto del conocimiento

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Dice el Padre, que todos nacimos perfectos con respecto a nuestro origen, Él mismo. Mas aún, los espíritus estaban destinados por Su voluntad que conquistarán otra perfección, la de su escala evolutiva. A todos nos otorgó cada atributo divino que posee su Divino Espíritu, por lo tanto somos semejantes a su Divinidad. Mas cada atributo tendría que pasar por el desarrollo, la experiencia, el uso de cada atributo por el libre albedrío y la voluntad del propio espíritu. A todo ello se le conoce como el árbol del conocimiento, ese conocimiento a veces amargo, a veces dulce de quien tiene libertad, de decidir qué hacer con el fruto de la experiencia. Esa experiencia nos va diciendo a todos por igual, si nuestra libertad nos da bonanza, dicha o lo opuesto.
Cada espíritu tiene la capacidad de reconocer la paz o la desdicha en su ser. Sus obras y hechos son un reflejo fiel de lo que acontece en su existencia. Es como la humanidad en su conjunto, está saboreando el fruto de su libre albedrío, de su experiencia, de su sagrada libertad de decisión. Toda la humanidad consciente o no, está probando el fruto del conocimiento,… y ese sabor no es dulce, es amargo. No le da paz, está atemorizada.
Pero así como hay legiones a comparación con el número de espíritus encarnados y desencarnados que habitan esta morada, y aún necesitan beber el cáliz de amargura del conocimiento mal empleado por su libre albedrío. Hay también legiones que supieron reconocer que el fruto no era grato a sus espíritus. Ellos por libertad escogieron el fruto dulce, y por experiencia, también fueron determinando qué es lo que les daba paz y prosperidad.
La vida es una escuela abierta a todo espíritu. La vida sin fin, una vida que se perpetua entre tiempos y tiempos,… el espíritu no conocerá el fin de la vida y por lo tanto, la santa libertad del conocimiento. Pues cada espíritu va logrando en sí mismo entre tiempos mayor razonamiento, mayor comprensión, mayor discernimiento de quién es y de todo lo que posee por ser semejante al Espíritu Divino. Nunca dejará de desarrollarse ni conocer el fin de cada atributo,… pues niño fue y joven también, pero llega el instante de la madurez espiritual, y en esa etapa enseñorearse de su propio ser. Dios es justo al dar oportunidad que cada espíritu conozca el sabor de su fruto, pues también es sagrado la experiencia que él mismo va recogiendo en el sendero de su eternidad.
¿Dejará de llorar el espíritu? Sí, su destino no es el lamento ni el infortunio. Él mismo hará un edén de todo el conocimiento logrado y adquirido a través de tantas luchas. Y esas luchas quedarán indeleblemente guardadas en su mente espiritual. El espíritu así evolucionado, no juzga, no condena, porque reconoce que en él también hubo momentos de santa libertad, en donde no todo fue dicha y paz en su ser al obrar. La luz no condena, salva y redime; ya que todo espíritu tiene el tiempo propicio para que su conocimiento ya no le atemorice ni le cause dolor. Entonces será el espíritu experimentado, y llegado el tiempo, después de tantas luchas y equivocaciones, se resuelva a no faltarse más a sí mismo. Ese será el instante de gloria, de triunfo del espíritu sobre sí mismo, porque entonces, tendrá por gozo todo el conocimiento adquirido ya no para errar, sino elevarse hasta la morada de su perfección.