Restituir y purificar en el amor

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Nuestro Padre es Espíritu y su mayor expresión por todo lo que ha creado, incluido cada uno de nosotros, es el amor. Su Espíritu todo lo envuelve, todo lo vivifica, todo lo ama cuanto de Él sí procede.
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El mal, el pecado, el caos, el egoísmo no son de Su Espíritu, no lo creo, ni lo vivifica, ni lo envuelve… Esas manifestaciones son nuestras, de nosotros procede, y hay veces nos atrae, le damos poder y le damos «vida» continuamente con nuestras obras y hechos.
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Sí, hemos creado fuerzas ajenas a las de Dios, les hemos dado poder y grandes potestades. Ama a nuestro espíritu,… pero no aquello que ha surgido o nacido de nosotros, el mal.
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Dios ama la libertad que le ha dado a nuestro ser, y sí,… por Su justicia divina derrotará el mal y el caos nuestro, con ese mismo bendito don que nos otorgó. Eso es justicia divina en la restitución, volver a la pureza lo que manchamos. Eso es justicia divina al purificar, el que cada quien saboree por sí mismo el fruto amargo o dulce de sus hechos.
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Cada quien salda sus deudas espirituales. Cada quien va apartando su purificación amarga muchas veces, por medio de la práctica del amor si así lo pretende. Dios nuestro Padre no es alguien que guste del dolor ni del temor. Si existe dolor y temor es nuestro, de nosotros procede y es nuestra semilla. Semilla que ha crecido hasta ser árbol muy frondoso y que da sombra a Sus hijos. ¿Quién debería derribar ese árbol? Sino su dueño, todos nosotros. Nuestro Padre pacientemente espera que lo hagamos, persuadidos al fin que Su ley es justa y buena. Convencidos de que Su enseñanza no obliga, sino pacientemente espera que cada uno de nosotros por convicción la llevemos como ideal espiritual en nuestra existencia.
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NAMASTE